Rostro velado,
partes de un trapo sucio y mojado por la lluvia de un cuarto de baño.
El desenlace fue la nada, un lazo anudado dentro de tu boca. Y
delante el reflejo que con tu lienzo pintaste, cerrabas los ojos y
creías que eso era literatura, un cuerpo varado en el incendio
teatral de la espera, un mero posar estético como estatua. Fue
entonces que el tiempo empezó a delinear tu cuerpo según los
designios de la Lengua, con aberturas donde la sangre fluía y dejaba
marcas. Quemabas como el sol. De este modo la realidad (el tiempo,
entonces, la realidad) fue una lengua-huracán que arrancaba las
tejas de tu piel. Pero es tu deber conservar la máscara (triste
verdad, únicamente concebible desde lo absurdo del ser), y tan puta,
tan humana, mudabas de pellejo. No comprendiste lo inútil, de
desnudarte para ojos ciegos.
Natalia Castro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario